En Canelones “hay arena floja y fofa” lo que provoca que la silla se entierre, explicó a El País. Entonces, la cuadra que separa la escalera de madera y el agua, “es imposible de transitar” en un adminículo de ese estilo.
Machín quedó parapléjico tras un accidente laboral el 27 de abril de 2007. Mientras colocaba un farol colgante, debajo de líneas de 16.000 kw, se trancó el comando de elevación y siguió subiendo. Las líneas de tensión descargaron la electricidad en su nuca. La descarga lo hizo caer y el golpe le produjo fractura con desplazamiento en la columna.
Menos de un año después, estaba reintegrado al trabajo como oficinista. Se casó, conduce su propio automóvil y hace una vida independiente. Se integró a la “Red de víctimas de accidentes de tránsito” y es presidente de la Asociación de Discapacitados de Santa Lucía. Pero choca con estas situaciones y con otras que también afectan a personas obesas y a ancianos, entre otros.
Por eso no habló solo en su nombre. Si se colocaran, explicó, alfombras removibles hasta el agua, no solamente la silla de ruedas podría desplazarse con mayor facilidad, también los ancianos y público en general. “Muchos se han quemado las plantas de los pies por la temperatura en la arena”, afirmó.
Si además, la alfombra puede sacarse “no alteraría el medio ambiente”, expuso dando cuenta de una solución que calificó de “integral”.
Las escaleras que hay en la costa canaria “ayudan. pero no es suficiente”. Hay algunos lugares, como La Floresta, donde la bajada tiene una joroba y a la que le falta toda la baranda de un lado, con lo que sería casi inviable circular con una silla de ruedas.
Tampoco hay lugares para quedarse a la sombra. “En una sombrilla es complicado, yo mido 1,90 metros”. Cree que instalar “honguitos” removibles también ayudaría.
Sillas que flotan.
Más allá de estar al fresco, hay algo que quien se desplaza en silla no puede hacer: ir al agua.
“Yo soy muy grande; es imposible cargarme”. Existen no obstante unas sillas con ruedas huecas, que flotan. “Sé que son caras y creo que en Canelones había”. Machín dice que todos deberían “disfrutar” el agua más allá de sus limitaciones. “Pero son sillas muy costosas”, insiste.
Con todo, la posibilidad de practicar la independencia en la playa “es inexistente”, asegura. Y no solo en Canelones: “siguiendo hasta Punta del Este” es lo mismo. Un capítulo aparte lo constituyen la hotelería y los alojamientos.
Desde su visión, no hay concientización suficiente. Y “hay establecimientos que prefieren perder un cliente antes que cambiar” lo que sea necesario. “No hay infraestructura adecuada para discapacitados, ancianos u obesos”, dice.
No hay baños con agarraderas ni el ancho es suficiente para circular y girar una silla de ruedas. Según ve, no hay voluntad de mejorar.
Cuando quiso alojarse en Minas y no había lugar, le adecuaron un hotel a sus necesidades. “El hombre dijo `vengan que le buscamos la vuelta` y así fue. Eso es voluntad”.
Ruben Machín contó que tiempo atrás viajó en primera clase porque la aerolínea en la que compró el boleto, no tenía lugar para la silla. “Me tocó al lado de la ventana y tenía que pasar sobre tres asientos. En los aeropuertos en cambio, es distinto. “Sos el primero en subir”.
Fuente: El Pais