En la columna anterior contaba la historia de un personaje usuario de silla de ruedas que estaba planeando un paseo con sus amigos y familiares. Estuvo buscando hotel y ahora anda decidiendo el medio de transporte hacia su destino. Ya investigó la posibilidad de ir en bus; ahora el hombre averiguará cómo sería si se fuera en avión.
Como primera acción llama a la aerolínea para averiguar el precio del pasaje y de paso preguntar si puede reservar el puesto de adelante, para que le sea más cómodo el viaje. Pero no puede. Le aclaran que debe llegar con buena anticipación y contar con la suerte de que la silla no la hayan tomado (lo cual es casi imposible) o que quien la tomó esté dispuesto a cambiar de lugar.
Analizando sus opciones, decide viajar en avión. Les cuenta a sus amigos y familiares la decisión, aclarándoles que aparentemente así será más sencillo para todos. Algunos lo acompañarán, otros se irán en bus por costos.
El día del viaje llega al puesto de atención de la aerolínea, el cual es mucho más alto que su nivel de visión desde la silla de ruedas y logra reservar el primer asiento. Quiere ir a comer algo, pues su vuelo sale en un par de horas. Va en busca de un buen restaurante, con la mala suerte de que el que le gustó, justamente, está a diez y ocho escalones de distancia. No importa, dice, “me tomo un tinto con almojábana… igual ni hambre tenía”.
Se dispone a abordar, pero se encuentra con la sorpresa de que no todos los terminales aéreos cuentan con puentes de acceso a la puerta del avión (en Colombia son contados y existen solo en ciudades principales). Así que debe someterse, igual que lo que quería evitar de su viaje en bus, a que lo suban cargado al avión, ante la vista atónita y curiosa de los demás pasajeros. Pero no puede ser en su silla de ruedas, pues no cabe en los pasillos del avión, así que debe trasladarse a una pequeña silla asistida que le facilitarán en el aeropuerto.
Se acomoda en su lugar. Afortunadamente para él, el viaje es corto por ser dentro del país, pues si fuera un viaje largo tendría que abstenerse de consumir líquido en todo el trayecto para evitar si le es posible, ir al baño, pues no tendría como llegar a este (recordemos que su silla de ruedas va en el equipaje) y aún si pudiera, no cabría en la minúscula cabina.
¡Al fin Llega a su destino! Baja del avión (de nuevo en brazos ajenos) y se dispone a transportarse al hotel.
En algunas ciudades (pocas) existen empresas especializadas en transporte de personas con discapacidad, que puede contratarse con una reserva anticipada (pagando una tarifa diferencial, por supuesto). Pero nuestro amigo llegó a una de las tantas ciudades en las que este servicio no existe, así que debe buscar alternativas. Un taxi tradicional, puede ser. En estos modernos días en que todo parece ser diseñado más pequeño, encontrar un carro donde quepa él, su equipaje y su silla, no es labor fácil; esto contando con que el conductor desee bajarse a ayudar a subir la silla al vehículo.
Entonces busca otra opción: un automóvil tipo Van, colectivo o busetica, le proponen. Suena lindo, pero ¿cómo subirse a uno de estos, cuando son altos, con escaleras y pasillos estrechos? El taxi vuelve a ser la opción, así que va en busca de uno espacioso y con un conductor amable y servicial.
El taxi lleva a nuestro viajero al hotel que el escogió de acuerdo con la descripción que le hizo la encargada y algunas fotos que encontró en el sitio web del establecimiento. Desde el carro alcanza a ver antes de llegar que hay una rampa bien construida para ingresar. ¡Agradable sorpresa! Siente un alivio que lo hace suspirar. Si pensaron en el ingreso, seguramente el resto del hotel sería cómodo para él.
- “Señorita buenos días. Reservé una habitación accesible”.
- “Bueno… accesible… este… mmm”.
Miradas van y vienen entre los empleados del hotel y el ya sabe lo que se viene…
De nuevo los dejaré en suspenso, para una tercera y última parte de esta odisea de viaje, no sin antes recalcar que, además de las necesidades de una persona que usa silla de ruedas, debemos tener en cuenta las de muchas otras personas que se movilizan, comunican, informan e interactúan de manera diferente al promedio de la humanidad. De ahí nace el Diseño Universal, que atrae turistas de todos los lugares del mundo.
Quiero compartirles una información interesante acerca del turismo accesible:
Según la OMS, aproximadamente el 15% de la población mundial tiene alguna discapacidad. Las discapacidades son diversas: físicas, sensoriales, mentales y cognitivas, con diferentes niveles de complejidad y necesidades específicas. Algunas son de nacimiento, otras se adquieren durante el ciclo de vida y muchas otras aparecen con la llegada de los años.
Un gran porcentaje de personas con discapacidad salen de sus ciudades por turismo o negocios, planeando su itinerario de acuerdo con los parámetros de accesibilidad de los destinos, siendo ellos los que finalmente toman la decisión de compra por todo su grupo social.
Esta información compartida a través de la web de la Fundación Once es muy diciente: “La Unión Europea deja de ingresar anualmente unos 142.000 millones de euros debido a la falta de accesibilidad en infraestructuras turísticas, transportes y alojamientos para viajeros con necesidades especiales, según datos de un estudio de la universidad británica de Surrey expuestos en la Feria Internacional de Turismo (Fitur) presentado por el director de Accesibilidad Universal e Innovación de Fundación ONCE, Jesús Hernández”.
Fuente: Vivir en el Poblado