Decidí dedicar mis primeras columnas a hablar de un tema para muchos desconocido: el turismo accesible. Lo hice por varias razones; una de ellas es que me encanta pasear y me parece muy frustrante saber que hay tantos sitios con barreras, que podrían ser evitadas tan solo con buena intención y algo de creatividad.
En las entradas anteriores contaba la aventura ficticia de un personaje usuario de silla de ruedas, que decide salir de viaje con su familia y amigos. Primero averigua las opciones desde su ciudad de origen y luego decide embarcarse en avión a su destino, contando con la información que le suministraron telefónicamente.
En la tercera y última parte de esta serie, el viajero ya llegó a su destino y se baja del taxi en el hotel que, a pesar de que desde afuera da una muy buena impresión, pues tiene una bonita rampa en la fachada (que da indicios de un interior cómodo y autónomo), es solo apariencia.
Al consultar al personal encargado por su habitación accesible, reservada con anticipación con la solicitud específica de que estuviera adecuada, el nerviosismo de sus interlocutores es evidente.
- Pues señor: sí tenemos una habitación que es más grandecita y yo creo que ahí se acomoda, le dice la encargada.
Ya nuestro muy paciente personaje sabe que algo anda mal, pero accede a ir a conocer la habitación, teniendo en cuenta que está en una ciudad ajena y las opciones a esas alturas no son muchas. Efectivamente el lugar es cómodo y se puede mover sin barreras, pero… ¿¡y el baño!?
Posiblemente lo más importante en un dormitorio de hotel para un huésped es la utilización de este vital espacio. A pesar de que nuestro protagonista descubre que el interior de las instalaciones sanitarias es grande, espacioso y cómodo; que en lugar de bañera, hay una ducha bien diseñada en la que la silla de ruedas podría entrar sin problemas y que además el lavamanos, inteligentemente, fue instalado por fuera de este espacio, todo esto solo lo puede constatar desde fuera del baño, pues la puerta de acceso a él es estrecha y la silla de ruedas no cabe.
Discusiones van y vienen, pero la conclusión final es la misma: si no puede usar el baño, ¿cómo puede pasar sus vacaciones?
Así que recién llegado, agotado, con un nivel alto de estrés (en medio de su descanso), tiene que buscar un hotel accesible en una ciudad desconocida y sin ayuda de los empleados del primer hotel, pues obviamente no saben dónde se puede encontrar un lugar adecuado.
Pero todas estas historias de aventuras y desventuras son solo el comienzo de una serie de necesidades no cubiertas en materia de turismo, que se pueden encontrar en un destino.
La infraestructura física de nuestras ciudades y los espacios de esparcimiento no cuentan con características que permitan que todos los usuarios, independiente de sus capacidades, puedan disfrutarlas con comodidad y autonomía. Encontramos una gran variedad de obstáculos como:
- Las playas: en Colombia no contamos con playas accesibles en las que una persona con silla de ruedas pueda llegar más allá de las calles de concreto, pues las ruedas no se mueven en la arena.
- Los restaurantes: en ellos además de escalas en el ingreso, encontramos mesas bajas donde no es posible acercarse con silla de ruedas y casi ninguno cuenta con baños accesibles ni menús en braille.
- Los bares y las discotecas: muchas veces ubicados en segundos pisos y sin comodidades accesibles en su interior.
- Los museos: muy pocos cuentan con opciones de uso para personas con discapacidades sensoriales (visión, oído) y en algunas ocasiones los espacios no son físicamente adecuados.
- Parques y ciudades enteras con aceras en mal estado o con ausencia total de ellas.
En general no estamos preparados para recibir este gran mercado de personas que se mueven, ven, escuchan o se comunican de manera diferente al promedio de la humanidad. Y por esta razón, perdemos un gran mercado.
Tenemos mucho por mejorar y si lo comprendemos y tenemos voluntad, podemos cambiar la realidad actual y hacer de nuestro país un destino que todos podamos disfrutar.
Fuente: Vivir en el Poblado