Todavía quedan localidades de riqueza cultural y turística que no han terminado de adaptar sus espacios a las necesidades de las personas discapacitadas. Un aspecto que les genera una imagen de marca precaria y que les hace perder un público de más de mil millones de usuarios de todo el mundo.
Antonio tiene 44 años, sufre de distrofia muscular y va en silla de ruedas. Hace unos fines de semana decidió irse con unos amigos a Reinosa de los Caballeros, una localidad conocida por su catedral, su museo y sus restaurantes de gran calidad. Lógicamente, Antonio revisó previamente su ruta, con el fin de no encontrarse en un lugar hostil para sus cuatro ruedas.
No tardó en encontrar un hostal de buen precio acondicionado a su situación, varios restaurantes sin escalones que le impidiesen entrar y servicios de toda clase adaptados a sus necesidades. En definitiva, encontró un destino que recomendó a todos sus conocidos, donde pudo disfrutar como uno más (y gastar como uno más) sin miedo a quedarse atrapado en un bordillo demasiado alto.
En un universo paralelo, Antonio también quiso ir a Reinosa de los Caballeros, aunque en este caso la entrada del hostal estaba flanqueada por una hilera de escalones; en las entradas de la catedral y del museo no había rampas, y el umbral de la puerta de sus restaurantes no eran lo suficientemente anchos como para dejar pasar su silla de ruedas. Unos detalles ‘sin importancia’ para cualquier persona sin problemas de movilidad, pero que fueron determinantes para que Antonio y sus amigos evitaran viajar a este destino en esta ocasión… y en las sucesivas.
Obviamente la historia anteriormente narrada es ficticia. No existe ninguna localidad llamada Reinosa de los Caballeros, al menos en este universo, aunque lo cierto es que en España todavía quedan muchas Reinosas de los Caballeros de las del universo paralelo. Ciudades y villas cargadas de atractivo turístico cuyos empresarios no tienen en cuenta a los mil millones de personas que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), viven con algún tipo de discapacidad a lo largo y ancho de nuestro mundo. De esta impresionante cifra, cuatro millones se encuentran en España y 36 millones en toda Europa.
Éstas nunca entrarán en sus hoteles, ni en sus establecimientos, ni en sus museos. Y no sólo eso: gracias a las nuevas tecnologías, esos millones de personas otorgarán una gran cruz negra a su reputación y, probablemente, a la de su ciudad. ¿Qué frena la llegada de esa accesibilidad universal? Fundamentalmente un motivo económico.
Bien es cierto que, gracias a las diferentes subvenciones creadas a nivel estatal, hay cada vez más negocios que entran por el aro y reforman sus rampas, agrandan sus pasillos, instalan cartelería en Braille y salvaescaleras… pero, en general, son procedimientos muy costosos que muy pocos consideran inversión. Y, sin embargo, deberían, puesto que esas nada desdeñables cifras que antes se mencionaban irán creciendo en los próximos años, sobre todo en España, donde la población tiende a envejecer. Una cartera de clientes que no se debe pasar por alto.
No hay que olvidar que esa tónica de altas inversiones sólo debe aplicarse en los antiguos establecimientos inaugurados en tiempos remotos. Si un empresario planifica su negocio como accesible desde el minuto cero, el gasto dedicado a esa accesibilidad será mínimo o, incluso, nulo. Así lo hizo saber Jesús Hernández, director de Accesibilidad Universal e Innovación de Fundación ONCE, en un encuentro con periodistas celebrado recientemente. Y no le falta razón.
Para muestra, un botón: pensemos en el hostal de la paralela Reinosa de los Caballeros, con cinco escalones previos a su entrada. Unas escaleras que han supuesto un gasto continuo, tanto de construcción inicial como de mantenimiento. El dueño del hostal quiere instalar ahora un salvaescaleras para hacer su establecimiento un poco más accesible, y cuyo precio ronda los 6.000 euros.
En total, y realizando una equivalencia de precios, el gasto final estará entre los 10.000 y los 15.000 euros, sin contar con el coste que tendrá que afrontar el empresario cada vez que su salvaescaleras deje de funcionar. Ahora bien, si ese mismo hostal planifica desde sus albores una rampa de acceso, el precio final podría acercarse a la mitad del anterior, o incluso menos, siempre dependiendo de las características del terreno, la pendiente hacia la entrada, etc.
Comparativas de este tipo están a la orden del día en Ávila, uno de los baluartes de la accesibilidad de España y de Europa. La ciudad castellano leonesa tiene visitas guiadas en lengua de signos, folletos de lectura fácil con pedazos de su historia, maquetas tiflológicas de sus principales monumentos, tramos de su centenaria muralla adaptados al paso de sillas de ruedas y un interesante listado de hoteles y restaurantes accesibles que la convierten en ejemplo a seguir.
Si una ciudad con siglos de historia ha sido capaz de hacerse accesible a todo tipo de viandantes, el pequeño hostal de Reinosa de los Caballeros no puede ser menos. Sólo así podrá ser referente, tanto en nuestro universo como en el paralelo.
Fonte: Compromiso Empresarial